Ángel García López ha sido un hombre que se jugó la vida en un puñado de pasiones: la familia, los amigos, Rota y la poesía. Fue el hombre apasionado que en los últimos años tuvo que llevar a cuestas su corazón. En su casa, donde siempre estaba de fondo el canto de los canarios, era todo bondad, abría su memoria y empezaban a surgir esos momentos memorables de un tiempo que ya murió. Un tiempo donde estaba él y toda una generación que tuvo que luchar lo suyo por hacerse un hueco en la historia de la poesía de finales del siglo XX. Las generaciones empiezan importándoles mucho a los poetas y terminan importándoles solo a los críticos, que se manejan con ellas a placer. Tal vez por eso, el sabio de Ángel García López, se inventó la Generación del 60 para no darle a los críticos una nueva oportunidad de silenciar a un grupo de poetas que se había quedado (entre los del 50 y los Novísimos) en un limbo, en una tierra de nadie.

Su poesía es de una enorme altura y brillo expresivo desde sus primeros libros (‘A flor de piel’ o ‘Elegía en Astaroth’) y viene a dar vuelo a lo mejor no solo de la poesía andaluza sino de la poesía en lengua española. Para García López la poesía es un acontecimiento del lenguaje, es el momento en el que el lenguaje se vuelve una forma de intensidad y por supuesto una forma de emoción. Siempre fue un poeta de riesgo porque buscó expresar con la palabra la belleza y el misterio, y siempre fue un poeta clásico porque jugó con la métrica hasta hacer de ella una fiesta, una música que hundía sus raíces en la tradición barroca y en la poesía popular.

Nació en Rota en 1935 y la bahía de Cádiz no lo abandonaría nunca. Era la luz, el mar, el ritmo de la vida, la plasticidad del habla y la memoria de la cultura. Era la biografía que mejor representaba la felicidad. Rota estaba hecha para él de la misma materia de los mitos, de la belleza de las cosas que le ayudaron a vivir. Cuando se trasladó a estudiar a Sevilla y a trabajar a Madrid se completó su geografía sentimental: porque de alguna forma esas ciudades marcaron para él no solo nuevos rumbos profesionales sino sobre todo nuevos horizontes desde los que crecer como persona e ir descubriendo al gran poeta que llegó a ser.

La poesía de Ángel García López produce esa fascinación de la gran poesía: cómo no recordar libros de la talla de ‘Mester andalusí’, ‘Medio siglo, cien años’ o ‘Mitologías’. No ha habido un solo estilo en él, un solo tono y tal vez tampoco una sola estética. Ángel García López fue muchos. Pero hay un fondo inalterable en él: el de extraer el arte mágico de los verbos, la sensualidad y el pensamiento de las palabras.

Vivir el futuro

Su trayectoria como poeta alcanzó los más altos galardones: el premio Adonáis, el premio Boscán, el de la Crítica y el Nacional de Poesía. Pero sin duda su mayor galardón fue el de sus amigos. Madrid se quedará más sola sin él, un poco más pobre sin poder acudir al regalo de sus conversaciones, sin conocer su siempre valioso punto de vista. Nos queda el poeta en la lectura de sus libros y el hombre en la memoria, y nos queda hoy estar en poco más en silencio, un poco más recogidos porque ha muerto uno de los grandes poetas de estas últimas décadas, alguien que apostó por hacer del poema una realidad, una forma de entender y bucear en la cultura, una experiencia enriquecedora. Lo volveremos a leer en ese libro inédito que nos ha dejado como su palabra final, como el final de un largo viaje que hoy empieza de otra manera a vivir el futuro.