En la carrera de Picasso hay unos años más trascendentales que otros. Como 1906, cuando ‘inventó’ el arte moderno, o 1932, cuando el apasionado romance con Marie-Thérèse Walter desembocó en doce meses de frenética creatividad, o 1937, cuando pintó … el ‘Guernica’ en su estudio de París. 1925 es otro de esos años decisivos, en los que la historiografía sitúa el fin de su periodo clasicista y de retorno al orden y el acercamiento al surrealismo, movimiento al que nunca perteneció. Pintó obras maestras como ‘La danza’, ‘El beso’ y ‘Estudio con cabeza de yeso’. Según William Rubin, historiador del arte y gran conocedor de Picasso, ‘Estudio con cabeza de yeso’ «se encuentra en una línea divisoria de la carrera de Picasso. Su base sigue siendo cubista, pero aspectos de su faceta y color, y sobre todo su imaginería, apuntan a las dimensiones surrealistas y expresionistas que su arte asumiría cada vez más durante las siguientes dos décadas».
Ese cuadro centra, hasta el 12 de abril de 2026, la nueva exposición del Museo Picasso Málaga, que reúne 112 obras. Su comisario, Eugenio Carmona, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Málaga y picassiano de pro, considera que esos tres lienzos pintados en 1925 son «obras manifiesto. Tres pinturas de complejidad iconográfica singular y densidad psicológica estremecedora. Estamos ante un nuevo, intenso y perturbador Picasso y una pintura desasosegada, turbulenta y convulsa que estalla y se desdobla».
Carmona, que comenzó a concebir el proyecto en 2000, toma el título de la muestra de un verso de T. S. Eliot, incluido en un poema de 1922: «Mezcla memoria y deseo». Deseo, entendido como «inquebrantable voluntad de vivir, pulsión por vivir», que dialoga con la memoria, concebida como «un espacio de antiguas certezas que tenían que ser redefinidas».
Este complejo bodegón, que «representa angustia y escisión», según Carmona, habla de la memoria y el deseo, del tiempo y la historia, del pasado y el presente, que no es un instante detenido; de lo vivido y lo que está por vivir. Está plagado de signos y símbolos icónicos. Sobre una mesa inclinada hay varios objetos: un libro abierto, una rama de laurel, una escuadra… Y tres piezas escultóricas: un brazo semiflexionado, un antebrazo y un busto de yeso. Este, y la sombra que hay junto a él, remiten al padre de Picasso, José Ruiz Blasco, y a la disolución del sistema de enseñanza de las bellas artes. Ese busto de yeso estalla en perfiles desdoblados y proyecta una sombra. Es, para Picasso, el lugar de la memoria. Por su parte, el deseo estaría representado por la arquitectura pintada, que alude a un teatrito que hizo para su hijo Paulo, y al teatro en general. El comisario cree que ‘Estudio con cabeza de yeso’ es «una pintura en la que Picasso encabalga tiempos. El pasado de su educación en las bellas artes y de la figura de su padre, y el presente-futuro del teatro y su hijo Paulo. Hay una superposición de tiempos y los estratos se funden».
Picasso pintó la que es una de sus obras maestras más desconocidas en verano de 1925 en la Villa Belle Rose de Juan-les-Pins en la Costa Azul francesa. Perteneció al galerista Paul Rosenberg, al coleccionista Gottlieb Friedrich Reber y al director del MoMA James Johnson Sweeney, que en 1964 la vendió al museo neoyorquino. Este acogió durante 42 años el ‘Guernica’ y atesora pinturas de Picasso como ‘Las Señoritas de Aviñón’ y ‘Estudio de cabeza con yeso’, relacionada con el ‘Cuaderno 31’, que incluye dibujos preparatorios.
Sobre la mesa, aparece un mantel rojo con una greca amarilla (algunos lo ven una referencia a España) y una pintura de arquitectura. Al parecer, Picasso confesó a William Rubin en 1972 que esa pintura era un teatrito de juguete que construyó para su primogénito, Paulo, de cuatro años. Un hijo que tuvo con su primera esposa, la bailarina rusa Olga Khokhlova. En una foto del verano de 1925 en Juan-les-Pins vemos a Picasso y a Olga sosteniendo al pequeño Paulo en brazos, como una familia feliz. No duraría mucho tiempo.



Arriba, ‘La ventana abierta’, de Picasso, 22 noviembre 1929. Nahmad Collection. Sobre estas líneas, a la izquierda, ‘El escultor y la estatua’, de Picasso, Cannes, 20 julio 1933. Museo Berggruen, Berlín. A la derecha, ‘Cabeza de joven de frente y de perfil’, de Picasso, 1926. Staatsgalerie de Stuttgart
En los años 20 y 30 del siglo pasado, la Europa en la que vive Picasso sufre «una amenaza bélica constante, hay numerosas crisis económicas, el nacionalismo se tornó más intenso, surgen movimientos anticoloniales… Es un periodo de profunda transformación social y cultural. El surrealismo impregnó todo el ambiente creativo. Todo estaba inmerso en una intensa dialéctica entre la permanencia y el cambio». Es en ese contexto donde Picasso pinta en 1925 ‘Estudio con cabeza de yeso’. «A mi juicio –dice el comisario–, a este Picasso le ocurre algo excepcional. Tiene 45 años. Es un superviviente, que debe reciclarse, redefinirse. Esta obra es una reflexión sobre la creación. Todo empieza a cambiar. El pasado le estalla. Vive entre dos mundos: Cocteau y Breton, dos maneras muy distintas de vivir la modernidad». Resume así la esencia de la exposición: «La voluntad de vivir como obra de arte. Es un Picasso demasiado humano, con brutales contradicciones».
El cubo blanco propio de los museos contemporáneos se torna en un cubo azul noche, que es el color del que Picasso pinta la sombra en el cuadro. Hay dibujos a carboncillo académicos de un Picasso de 13 años realizados en La Coruña, yesos y vaciados, películas de Méliès y Cocteau, fotografías de Dora Maar, Lee Miller y Brassaï… Las hay, anónimas, de su padre dando clases de dibujo. Junto al excepcional préstamo del Picasso del MoMA, hay otros muchos relevantes del artista, como ‘La ventana abierta’, de la Nahmad Collection; ‘Naturaleza muerta con cabeza antigua’, del Pompidou; ‘El escultor y la estatua’, de la Berggruen Collection…. Ha habido, además, una intensa colaboración con la casa-natal de Picasso en Málaga.
Acompañan a Picasso en esta exposición en su museo malagueño un puñado de artistas como Giorgio de Chirico, Fernand Léger, Jean Cocteau, Man Ray, René Magritte, Juan Gris, Benjamín Palencia, Dalí y Lorca, a quienes fascinó ‘Estudio con cabeza y yeso’ y deciden retomar los bustos, los rostros desdoblados, los perfiles en sombra… De Dalí cuelga ‘Naturaleza muerta al claro de luna malva’, de la Fundación Gala-Salvador Dalí de Figueras. «Dalí se apropió del icono y transformó el busto en cabeza cortada, evocando el martirologio cristiano. Además, convirtió el busto en autorretrato, dando origen al método paranoico-crítico», explica Carmona. De Lorca, se exhibe ‘El beso’, un precioso dibujo de 1927: «Lorca utilizó la sombra y los rostros desdoblados para aludir a las proyecciones del yo íntimo y la frustración amorosa».



Arriba, ‘Naturaleza muerta al claro de luna malva’, 1926, de Dalí. Fundación Gala-Salvador Dalí, Figueras. Sobre estas líneas, a la izquierda, ‘El rostro del genio’, 1927, de Magritte. Detalle. Musée d’Ixelles, Bruselas. A la derecha, ‘El beso’, 1927, de Federico García Lorca. Museo Casa de los Tiros de Granada. Colección Museística de Andalucía.
Por su parte, Jean Cocteau, dice Carmona, «asoció el busto antiguo, los rostros desdoblados y el perfil en sombra al mito de Orfeo». Man Ray «convirtió el icono del busto en un espejo situado entre la realidad y su doble». Aparece en un ‘Intento de autorretrato’, en el que crea un yeso con su efigie y lo fotografía. Brassaï y Dora Maar identificaron el busto picassiano en objetos de la vida diaria. Juan Gris lo incorporó en bodegones que eran homenajes a las artes, y Magritte (presente con ‘El rostro del genio’) «lo abordó como un enigma filosófico desde el que desvelar el trauma».
Dice Miguel López-Remiro, director artístico del Museo Picasso Málaga, que esta exposición es «como un templo griego en torno a Picasso. Una lectura filosófica, un acercamiento poético» a este enigmático cuadro, pintado hace cien años, en diálogo con otros artistas, «una enciclopedia del siglo XX». «Por su vibración espacial, por la potencia simbólica de su busto y rostro, por su reflexión sobre el volumen y la forma, por su tensión entre abstracción y figura, ‘Estudio con cabeza de yeso’ desborda los límites de clasificación propuestos por el MoMA. De apariencia serena, hay en él tensión entre lo clásico y lo moderno, trasciende la temporalidad. Una pintura que piensa como una escultura».
El barítono malagueño Carlos Álvarez participa con su voz en off, en tres idiomas (español, inglés y francés), en una instalación sonora en la que el visitante transita por un pasillo donde se muestran reproducciones de las páginas con las obras de Picasso (conocidas como constelaciones) para la edición ilustrada de ‘La obra maestra desconocida’ de Balzac. Al fondo, ‘Busto y paleta’, de Picasso, del Reina Sofía.
«Para mí no hay en el arte ni pasado ni futuro. Si una obra de arte no puede vivir siempre en el presente, no se la debe tomar en consideración. El arte de los griegos, el de los egipcios, el de los grandes pintores que vivieron en otros tiempos, no es el arte del pasado, quizás esté hoy más vivo que en ninguna otra época», decía Picasso. En los brazos del guerrero muerto del ‘Guernica’ se advierte la huella de los brazos académicos de ‘Estudio con cabeza de yeso’. En 1938, Picasso cambia el busto de yeso por un minotauro, por la cabeza de un toro, emblema de España.

