Siguen a buen ritmo las obras de ampliación en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Un museo que en realidad son tres edificios: el de 1945, diseñado por Fernando Urrutia y Gonzalo Cárdenas; el de 1970, de Álvaro Líbano y Ricardo Beascoa, y el que verá la luz en junio de 2026, que sobrevuela los dos anteriores, sin tocarlos, respetando ambas arquitecturas y recuperando su diseño original. Se trata de ‘Agravitas’, el plan diseñado por Norman Foster y Luis Maria Uriarte –algunos lo han bautizado como ‘la chapela’-, que ya va tomando forma y que acogerá una gran sala de exposiciones temporales y, como novedad, la colección de diseño y arquitectura.

Con una inversión total de unos 45 millones de euros, y 6.000 metros cuadrados más que se sumarán a los 8.000 reformados, ha acabado la primera fase del proyecto, que reabrirá por fases. De momento lo hace, tras su rehabilitación integral, el edificio de 1970, que fue el primero consagrado al arte contemporáneo en España. Explica Miguel Zugaza, director de la pinacoteca, que no era una obra prevista, pero que Protección Civil del Ayuntamiento decidió que había que intervenir para adecuarlo a la nueva normativa antiincendios: «Hubo que desnudarlo para hacerlo ignífugo. Parece que ni se ha tocado».

Ahora pasará por ‘quirófano’ el edificio clásico de 1945. Fuera, en la renovada plaza Chillida, se ha instalado ‘Elogio del hierro III’, escultura de 4 metros de altura y 18 toneladas de peso que hizo el artista como homenaje a Bilbao por encargo del BBVA y que sido cedida en depósito al museo, gracias a un acuerdo de comodato.

Se reinaugura el edificio de 1970 con dos exposiciones en sus remozadas galerías. En la planta baja, ‘Ataria (bat)’, que revisa cinco décadas de arte contemporáneo (1973-2023), relacionado con la historia del museo y su vínculo con la ciudad: pinturas, esculturas, fotografías, vídeos, libros, carteles, portadas de discos… Entre los artistas presentes, Ibarrola, Richard Serra, Darío Urzay, Maider López o June Crespo.


Baselitz le pone medias al águila imperial en ‘No puedo tener sexo’, de 2024


Efe

En la primera planta, otra exposición reúne, hasta el 12 de abril de 2026, medio centenar de pinturas de gran formato (algunas miden más de cuatro metros) realizadas en la última década (2014-2025) por Georg Baselitz, uno de los artistas vivos más relevantes e influyentes. Junto con Gerhard Richter y Anselm Kiefer, componen la ‘santísima trinidad’ del arte alemán contemporáneo. El título de la muestra: ‘Algo en todo’. Las obras proceden del estudio del artista y de colecciones privadas.

A sus 87 años sigue trabajando incansable, aunque desde hace unos años se mueve en silla de ruedas. No ha viajado a Bilbao para la inauguración (lo ha hecho, en su nombre, su hijo), pero los problemas de movilidad no han afectado a su lucidez, que mantiene intacta. En 2007 se instaló en Baviera, en una casa a orillas del lago Ammer, cerca de Salzburgo, donde vive y trabaja.

Si hay un distintivo marca de la casa es que las figuras de sus cuadros siempre están bocabajo, o patas arriba. Empezó a hacerlo en 1969, cuando pinta ‘El bosque cabeza abajo’, su primer cuadro al revés. Baselitz explicaba sus motivos: «Si quieres dejar de inventar constantemente nuevos motivos, pero quieres seguir pintando cuadros, la opción más evidente es invertir el motivo». Advierte el comisario, Norman Rosenthal, que Baselitz los pinta directamente del revés, no del derecho y luego les da la vuelta: «Aprendió a pintar el mundo del revés. Un mundo patas arriba como el de hoy: Palestina, Ucrania…»

En sus cuadros, muy verticales, muy figurativos pero a la vez muy abstractos, están presentes todas sus obsesiones, especialmente el cuerpo (el suyo y el de su esposa, Elke, desnudos, de pie, sentados en una silla, en una cama..). Pero también fragmentos: cabezas, manos, piernas… No faltan águilas imperiales, collages con telas como los paños de la Verónica… y medias de nailon. Se inspira en la artista alemana Hannah Hoch. Las coloca sobre piernas y brazos, pero también se las pone al águila imperial en la obra ‘No puedo tener sexo’, de 2024. «Es una idea muy loca», dice Rosenthal. Explica que, para Baselitz, las medias son «como la memoria de un mundo perdido. Me recuerda a la magdalena de Proust».

En su trabajo siempre están presentes su autobiografía y la historia del arte. Destaca un monumental autorretrato (480 por 300 centímetros) que da título a la exposición, ‘Hay algo en todo’, de 2014. Rosenthal advierte en él la huella de Pollock y De Kooning, pero también de Parmigianino. «Hay azar y conocimiento. Es una reflexión sobre la vejez, la fragilidad y seguir vivo. Me maravilla su colorido, no puedo dejar de mirarlo. Baselitz es un gran pensador, usa el lenguaje con maestría, es muy honesto». La pintura más reciente expuesta es un homenaje a Manet, de marzo de este año. Cuelga otro homenaje a un pintor, Joan Miró (‘El fumador catalán).


Obras de la serie ‘El fumador catalán’, en la que Baselitz rinde homenaje a Miró


Efe

Entre la vulnerabilidad y la majestuosidad, entre la fragilidad y el poder, pero siempre muy libre, Georg Baselitz se reinventa continuamente, pero apuesta por las técnicas tradiciones: la pintura al óleo, el dibujo a tinta, el grabado, la escultura en madera… Entre sus referencias: Egon Schiele, Duchamp, Munch, el Renacimiento italiano que descubrió en Florencia, el Romanticismo alemán, o el arte primitivo africano, que colecciona. En los años 60 dio vida a sus ‘Héroes’: gigantes fracasados, vulnerables, resignados a su destino. Algunos colgaron en 2017 en una exposición en el Guggenheim Bilbao. Años antes, este museo había adquirido ‘La señora Lenin y el Ruiseñor’, un conjunto de 16 pinturas de gran formato en las que ridiculizaba a Lenin y Stalin.

«Lo que nunca he podido evitar es a Alemania y ser alemán» (Baselitz dixit). Nació en 1938, con el nazismo en pleno apogeo; trabajó en una posguerra devastadora para el país; sufrió el látigo implacable del comunismo y vivió en un Berlín herido por el Muro. Para Rosenthal, Baselitz es «el más alemán de los pintores y escultores vivos, pero su obra posee un atractivo verdaderamente universal que rivaliza con la de Picasso. Al igual que la obra del español, la de Baselitz –innovadora desde sus inicios y sorprendentemente aún hoy– es una sucesión de imágenes extraordinarias y siempre originales». «Una vida dedicada al arte –continúa Rosenthal– que, pese a la renovación y la reinvención constantes, ha estado dominada en todo momento por una conciencia autobiográfica. Como artista alemán, le es imposible zafarse de la historia de la cultura alemana, que le fascina».


Obras de Georg Baselitz en una especie de capilla a oscuras dentro de la exposición


Ep

Actualmente, trabaja desde su silla de ruedas o con su andador e incorpora a sus pinturas, que coloca en el suelo, las marcas de las rodadas. «La excepcionalidad de este artista radica en que jamás ha hecho la menor concesión a la hora de enfrentarse a sus obras pasadas y a sus verdades en perpetua evolución», dice Rosenthal Para él, es «tan radical como Velázquez y Goya. Sus pinturas son como novelas, cada una encierra un mundo».

Su verdadero nombre es Hans-Georg Bruno Kern, pero en 1961 decidió cambiarlo por Georg Baselitz: adopta el topónimo de su lugar de nacimiento (Deutschbaselitz, cercano a Dresde) como nombre artístico. Se deshizo del apellido paterno, como respuesta a que su padre era del partido nazi.


En primer plano, ‘Fully Fashioned Nylon Stockings’, de Baselitz


Ep

Siendo niño, tuvo una especie de epifanía artística que explica así: «Un día, calculo que sobre los diez años, vi que un hombre mayor, orondo y completamente calvo, se instalaba delante de dos robles con un pequeño caballete y empezaba a pintarlos con un pincel fino en una pequeña tabla de madera, a la manera de la Nueva Objetividad. Me pareció una operación increíble, diabólica. Me fascinó tanto el contraste entre el pintor y ese motivo tan dramático que intenté hacer lo mismo. Resultó un fracaso bastante laborioso, pero nunca se me olvidó esa primera impresión».

Transgresor y antiacadémico, rebelde y provocador, solicitó el ingreso en la Academia de Bellas Artes de Dresde, pero fue rechazado. Más tarde ingresaría en la Academia de Bellas Artes y Artes Aplicadas de un barrio del este de Berlín, pero fue expulsado por «inmadurez sociopolítica». En 1963 presentó su primera muestra en solitario en la Galerie Werner & Katz de Berlín. Fue tachada de pornográfica. Clausurada por orden de la policía, dos cuadros fueron confiscados por la fiscalía por indecorosos. En 1965, después de un juicio por conducta obscena, se los devuelven, pero le imponen una multa. Su mal carácter («¡Qué mierda todo!», decía) era una especie de autodefensa, confiesa. Hoy, dice, se ha vuelto más calmado.


Una joven admira ‘Ay, rosa, ay rosa’, de Baselitz


Efe

Desde los años 80 se mantiene intacto su éxito internacional. El ‘New York Times’ lo describió como «uno de los pintores más interesantes aparecidos durante la última década en Alemania y Europa en general». Vendrían después la Documenta de Kassel, la Bienal de Venecia, retrospectivas en los grandes museos del mundo (en 2019 expuso en la Galería de la Academia de Venecia, fue el primer artista vivo en hacerlo) y las más altas distinciones.

«Lo importante es sentir», dice el artista en un vídeo. «Sería muy duro dejar de pintar a los 90». Rosenthal cree que tanto Baselitz como David Hockney «no quieren parar nunca ni dejar de inventar. Al igual que el último Miguel Ángel, el último Tiziano, el último Rembrandt o los últimos Goya y Picasso, el anciano Baselitz, un alma libre, ha hallado en sus años finales «nuevas originalidades expresivas en un irremediable nuevo comienzo».