A Elisabeth Gilbert le encanta verse a sí misma como Julia Roberts cuando termina ‘Come, reza, ama’, en un barco con Javier Bardem con una idílica puesta de sol en Bali como telón de fondo. Pero para la autora del relato autobiográfico en el … que se basó la película, leído por millones de personas, aquel final supuso el principio de su espiral de destrucción.
En ‘Hasta la orilla del río’ (Suma de Letras), sus nuevas memorias, cuenta el giro radical que dio su vida casi veinte años después de su publicación. Tras comenzar una relación sentimental con su amiga Rayya, alcohólica y heroinómana, después de que a esta le diagnosticaran un cáncer terminal, admite que ella misma es adicta al amor y al sexo. De todo ello habla con ABC por videoconferencia desde su casa, una antigua iglesia en Nueva Jersey.
Sus cimientos comenzaron a tambalearse nada más volver a Estados Unidos. Ganaba dinero a espuertas. Cualquiera hubiera sentido que aquello era la secuela del final feliz, la consecuencia lógica, pero ella sufrió un síndrome del impostor que le llevó, en los estertores de la crisis de 2008, a recorrer una calle de Nueva Jersey regalando cheques a los dueños de los pequeños negocios.
-¿Por qué cree que digirió el éxito de forma tan aguda?
-No sentía que mereciera la cantidad de dinero que me proporcionó ese libro. Fue algo muy duro de procesar. Yo no me crié con mucho dinero, nunca esperé tenerlo. Y, de repente, llegaban volquetes a mi casa. La mejor idea que se me ocurrió fue regalarlo todo. En cierto modo, sigo sintiendo algo de afecto por mí por haberlo hecho. Sentía que había una injusticia en el hecho de tener tanto viendo gente que no lo tenía. Decidí equilibrar la balanza a causa de las dificultades que tengo con la dependencia, la adicción y el deseo de ser amada. Me siento segura cuando la gente me quiere y con ese dinero compré seguridad.
Poco después, Rayya atravesó una mala racha y Gilbert, entonces casada con el Javier Bardem de la vida real, le ayudó ofreciéndole como hogar la iglesia que ella había comprado desde Laos. Su relación se va estrechando durante tres años, pero la escritora no admite sus sentimientos hasta que a Rayya le diagnostican cáncer de hígado y páncreas y le dan seis meses de vida.
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Elisabeth Gilbert, autora de ‘Come, reza, ama’
Tras su segundo divorcio, ambas se lanzan a una aventura desenfrenada de sexo, viajes y placer. Pero, cuando se acerca el final, Rayya recae en la adicción, bebe, toma opiáceos, cocaína… Todo conseguido y pagado por Gilbert. Su dinámica se vuelve tan desquiciada, que ella admite en ‘Hasta la orilla del río’ que llegó a planear el asesinato de Rayya cambiando sus pastillas de morfina por somníferos y suministrándole una cantidad ingente de parches de fentanilo. La autora no escatima detalles escabrosos hasta el fatal desenlace, que ocurrió en enero de 2018.
-Desconcierta que se abra tanto en canal en el libro. No es frecuente un relato tan crudo y menos aún que una mujer admita en público su adicción al sexo y al amor, ¿a qué cree que se debe?
-Lo más vergonzoso del mundo es ser una mujer fuera de control sexualmente hablando. En las salas de recuperación de adictos al sexo hay muchas mujeres que también son alcohólicas, drogadictas o adictas al juego, a las compras… Algunas llevan 20 o 30 años sobrias y se lo cuentan a todo el mundo, pero sus familias no saben que también van a las reuniones de adictas al sexo y al amor. Y creo que es importante que tengan ese anonimato, pero uno de los motivos principales por los que decidí escribir al respecto fue porque yo desearía haber conocido este problema mucho antes. Me habría ahorrado muchísimo dolor y a muchísima gente que me rodea también. Tampoco creo mucho en la vergüenza. No tengo nada que proteger. Y además, ¿por qué no iba yo a hablar de esto? La gente ya está acostumbrada.
-¿Y no tuvo reparos en contar todo eso de una persona que ya no está en este mundo?
-Rayya tuvo un equipo de un documental que la siguió durante los 18 meses antes de que muriera. Le dijo a la directora que lo enseñara todo. Me enamoró de ella su ausencia de temor ante la verdad, incluso si la dejaba en mal lugar. Quería que escribiera un libro sobre los 18 meses que estuvimos juntas. Cada día escribía todo lo que había pasado y se lo leía. Tenía el pleno consentimiento de ella para contar esa historia, me lo dio antes de morir.
«No escribí el libro inmediatamente después de la muerte de Rayya porque tenía sensación de victimismo y
no se puede ser valiente y una víctima
al mismo tiempo»
-Entonces, ¿por qué ha tardado siete años en publicarlo?
-No escribí el libro inmediatamente después de su muerte porque sentía demasiada confusión. No entendía cómo pasamos de ser la historia de amor más bonita a la pesadilla más oscura en tan poco tiempo. Temo, además, que si lo hubiera hecho hubiera sido un libro sobre qué buena persona soy y qué cosa más terrible me pasó. Pero eso no es la historia entera, ni siquiera una parte. Tardé lo suficiente para ver qué papel tuve yo, qué hice que ayudó a generar la situación en la que acabamos. En ese momento tenía sensación de victimismo y no se puede ser valiente y una víctima al mismo tiempo.
-‘Hasta la orilla del río’ coincide con un auge de la literatura de la fragilidad, del trauma, ¿qué cree que dice eso de la sociedad actual?
-Necesitamos referentes. A ver, yo los necesito. He aprendido mucho leyendo experiencias de los demás. Muchos de mis maestros son gente que tuvo la valentía de realizar su aprendizaje en público. No creo que estemos peor que nunca. El trauma siempre ha estado presente. Mis padres, por ejemplo, vienen de una generación en la que nadie habla del trauma, pero beben mucho, fuman un montón y se automedican con pastillas para dormir. Pero se fijan en la generación más joven y dicen que hablan demasiado de sus problemas.
Intente encontrar una foto de Humphrey Bogart en la que no tenga un pitillo en una mano y un copazo en la otra. Hemingway, el macho mayor de todo el mundo, tenía que estar borracho constantemente y puso fin a su vida. Estos hombres no soportaban lo que pasaba dentro de su mente. Y yo, cuanto más hablo de mis emociones, menos necesito las sustancias.
Inventario moral
Llegar a ese punto no le ha resultado fácil. En ‘Hasta la orilla del río’ cuenta los reparos que tuvo al comenzar las reuniones de terapia grupal por ser un personaje público («García Márquez dice que todo el mundo tiene una vida pública, una vida privada y una vida secreta. Y lo que hace falta para la sanación emocional es revelar la secreta», relata) y también cómo se tropezaba con el paso cuarto de los doce del camino a la sobriedad, el inventario moral. «Soy Elizabeth Gilbert, soy buena persona, soy compasiva, soy espiritual, pero en secreto estoy cabreada con todo el mundo», confiesa divertida. Terminó por entender en sus propias carnes que no es lo mismo sentirse bien que estar bien y que las bajadas que siguen a las subidas no le compensaban.

Suma de Letras. 424 páginas
-Afirma que una parte importante del recorrido tiene que ver con rendirse, pero en la historia que cuenta también subyace una redención.
-Una vez hice saltar por los aires un matrimonio para tener una relación con él de tres meses. Luego pasé 35 años avergonzada. Como parte del paso nueve (el otro que me costó más dar), quise resarcir a la mujer por lo que hice escribiéndole una carta. No se trata de perdón, sino de asumir la responsabilidad de lo que hicimos. Me dijo que la había dejado bien jodida durante años, pero que ahora era mayor y ya no quería cargar con ello. Durante la gira de este libro pasé por su ciudad. Nos dimos un abrazo…, porque nos hemos hecho amigas. Esa es una historia de redención extraordinaria.

Rayya con Elisabeth Gilbert en una imagen de ‘Hasta la orilla del río’
Dios y el bótox
-Siempre ha sido una persona espiritual y en el libro habla con Dios antes, durante y después del proceso (recordemos que vive en una iglesia), ¿ha cambiado ahora su relación con Él?
–Cuando hablo de Dios soy siempre muy cauta. Sea cual sea el Dios en el que no crees, yo tampoco creo. Estamos en paz. Creo en el que crean los demás y creo por ellos en él. Para mí es la idea de que hay una inteligencia que rige el universo, que se preocupa por lo que crea, por mí, no le soy indiferente. Y que si a esa energía le pido que me guíe, lo hará. Pero se lo tengo que pedir con humildad y buena voluntad para aceptar la realidad. Creo que a mucha gente le enseñan que se le reza para cambiarla. Yo le pido que me dé el valor de soltar la necesidad de obtener lo que quiero. También la curiosidad de estar en el mundo tal y como es, en lugar de necesitar que cambie para estar bien. Porque si intento vivir según los términos de Lizzy [con ese nombre se refiere a ella misma en ‘Hasta la orilla del río’], mi vida es insostenible y me vuelvo un peligro para los demás.
-Ese despertar interior también se refleja en su exterior: ahora va rapada, sin bótox, sin maquillaje.
-Hace unos años fui a un acto en Nueva York. Había mucha gente de mi edad. Me fijaba en los hombres y todos llevaban el pelo rapado porque les empezaba a clarear. Estaban todos estupendos. Todos tenían arrugas y también me parecían estupendas. Se les veía la vida reflejada en la cara. Llevaban ropa y zapatos cómodos. Luego miré a las mujeres, incluida yo. Todas llevábamos pelo rubio falso. La mayoría nos habíamos hecho cosas en la cara. La mayoría llevábamos ropa elegante y tacones. También estábamos estupendas, pero no parecíamos cómodas. Me dije que podía estar resentida porque la comodidad sea un privilegio de la masculinidad o concederme el mismo derecho. Y ese fue el día en el que me afeité la cabeza y dejé de echarme cosas en la cara. Creo que es un reflejo de dónde está mi vida ahora. Quiero estar cómoda dentro de mí misma, en mi casa, en mi piel. Me gusta.

