En 2022, el Prado rescataba, deconstruida, la capilla Herrera de Carracci. Se reunieron en una exposición –comisariada por Andrés Úbeda y que después viajó a Barcelona y a Roma–, por vez primera en casi dos siglos, las 16 de las 19 pinturas murales que se conservan de ese excepcional conjunto de obras, que en 1833 fueron arrancadas de los muros de la iglesia de Santiago de los Españoles en Roma, vinculada a la Corona de Castilla, a causa de su deterioro (se encargó de ello Pellegrino Succi) y traspasadas a lienzo. El escultor Antonio Solá dirigió la compleja operación. El edificio, que se hallaba en ruinas, fue vendido por el Estado español.

Este conjunto tuvo un periplo azaroso. No se sabe por qué se separaron: en 1851 siete fragmentos vinieron a Madrid, primero al Convento de la Trinidad y hoy se conservan en el Prado; nueve, a Barcelona. Llegaron a la Real Academia Catalana de Bellas Artes de San Jorge y fueron depositados en el MNAC. Los tres restantes se trasladaron a la iglesia romana de Santa María de Montserrat, vinculada a la Corona de Aragón, pero se les perdió la pista. Sí se conserva en esa iglesia el cuadro del altar, ‘San Diego de Alcalá intercede por Diego Enríquez de Herrera’.

Situada en la Piazza Navona, en el corazón de la Ciudad Eterna, la antigua iglesia de Santiago de los Españoles es hoy la iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Desde mediados del siglo XVI hasta el XVIII, cuando comenzó su decadencia, fue uno de los lugares de mayor importancia religiosa, simbólica y representativa de la monarquía española en Roma. En su interior se hallaba una espléndida capilla familiar –actualmente destruida–, que se construyó entre 1602 y 1606 y cuya decoración encargó el banquero palentino Juan Enríquez de Herrera (h. 1539-1610) al pintor italiano Annibale Carracci (Bolonia, 1560-Roma, 1609) en honor a san Diego de Alcalá, franciscano andaluz fallecido en 1463, al que Herrera encomendó la sanación de su hijo enfermo.

La capilla Herrera es el último gran proyecto de Annibale Carracci, exponente de la escuela boloñesa y uno de los máximos reformadores de la pintura barroca, junto con Caravaggio. Los frescos se realizaron entre 1602 y 1605. El maestro ideó todo el conjunto de la capilla Herrera y llegó a ejecutar algunos frescos, pero en 1605 sufrió una enfermedad que le obligó a delegar la ejecución de las pinturas en Francesco Albani, su discípulo, bajo su supervisión.

Tras una ambiciosa investigación, en 2012 el Prado emprendió la restauración integral de los siete frescos que atesora en sus colecciones y que llevaban tiempo sin ver la luz. La llevó a cabo Ignacio Fernández, externo al museo: este no cuenta con especialistas en pintura mural. Son cuatro, de forma trapezoidal, que decoraban la bóveda de la capilla y que narran la vida del santo y tres de los cuatro óvalos que se situaban en las pechinas: ‘San Lorenzo’, ‘San Francisco’ y ‘Santiago el Mayor’. Se ha perdido el cuarto: ‘San Juan Evangelista’.


Instalación permanente de la Capilla Herrera


Museo del Prado

¿Se exhibirán de forma permanente en el Prado?, preguntábamos en 2022 a Andrés Úbeda. «Se está estudiando cómo hacerlo», respondía. Dicho y hecho. Ya es una realidad. David García Cueto, jefe de la Colección de Pintura Italiana del Barroco del Prado, explica que este conjunto «tenía un difícil encaje en la colección permanente del Prado. No podían exponerse como cuadros convencionales. Había que buscar una ubicación adecuada para su entendimiento».

A la izquierda de la rotonda alta de Goya (presidida por la escultura ‘Carlos V y el Furor’, de Leone y Pompeo Leoni), se halla la sala 4, donde ha quedado instalada, de forma permanente y como fue concebida originariamente por Carracci y su taller, la reconstrucción de la capilla Herrera. El montaje cuenta con la colaboración de la empresa OHLA y la museografía la firma el arquitecto Francisco Bocanegra, que también se ocupó del diseño de la exposición en 2022. No se oculta que, junto a las siete obras, hay dos reproducciones: ‘Padre eterno’, reproducción del fresco de Albani conservado en el MNAC, y ‘San Juan Evangelista’, reproducción del grabado de Simon Guillain según el fresco perdido.

En las paredes de la sala cuelgan pinturas de los autores de los frescos y su círculo más estrecho: Ludovico Carracci, Domenichino o Guido Reni. De este último, dos obras maestras, un San Sebastián y una bellísima Santa Catalina, que alza sus ojos llorosos al cielo y parece admirar los frescos de Carracci. Al fondo, otras tres obras de Reni: ‘La Virgen de la Silla’ (que José Bonaparte se llevó a Francia y fue restituida a España), flanqueada por ‘San Pedro’ y ‘San Pablo’, que Velázquez colgó en el Monasterio de El Escorial.