Aunque el canon cultural enseña desde el principio de los tiempos que el perro es el mejor amigo del hombre, aún cuesta entender si nunca se ha tenido mascotas qué es lo que une tanto a un animal y a un humano. Es esta relación lo que ha impulsado a Julia Navarro a abandonar por un instante sus novelas históricas y thrillers para escribir ‘Cuando ellos se van’, que es, en sus palabras, «una historia»: le es imposible colocar su libro en un género determinado.

Julia ha estado acompañada de distintos perros durante toda su vida. No concibe una vida sin ellos. No es un caso particular: las personas que tienen mascotas suelen volver a tener mascotas. Aquella gente que no ha sido acompañado por animales define esto como «el intento de llenar un vacío cuando la mascota se muere»; pero no puede estar más alejada de la realidad. La vida cambia, y con ello, nuestra forma de concebir la compañía

«Cuando se muere Argos, siento la necesidad de afrontar el duelo, porque no sabía cómo hacerlo de otra manera. Entonces lo hago como sé: escribiendo», explica Navarro para ABC, sentada en el interior de una cafetería de Madrid y acompañada de su perrita Barbie, una schnauzer que se mantiene entre sus brazos sin ladrar, quieta, mirando a todas partes y sin revolverse. El resultado del libro no es solo un homenaje a un compañero, sino una inmersión profunda en «la relación entre los perros y los hombres desde el principio de los tiempos, esa huella profunda que ha existido entre ambos desde los albores de la humanidad hasta hoy».

‘Cuando ellos se van’ no es solo una mirada retrospectiva a lo que, para Julia, es una vida acompañada. Recoge una pequeña recopilación de los perros que han pasado por la literatura, el arte, las películas, o que han sido héroes reales que han ayudado a la humanidad: la perrita astronauta Laika, el ‘Perro semihundido’ de Francisco de Goya, el perro sargento Stubby o ‘Flush’ de Virginia Woolf conviven en la obra como si estuviesen en un pipicán. La autora subraya que el recuerdo de sus perros -«compañeros en distintos tramos de mi vida: leales, fieles, incondicionales»- permanece inalterable.

Al abordar el tema de la pérdida, traza un paralelismo con cualquier otro ser querido. «¿Se puede superar la muerte de alguien a quien quieres? El tiempo va amortiguando el dolor, pero el recuerdo permanece. Siguen ahí para siempre». Para la escritora, su vida no podría explicarse sin la presencia de «estos amigos fieles e incondicionales». Navarro también desmiente con humor el tópico de que las mascotas se parecen a sus dueños. Lejos de ser una extensión de sí misma, la novelista celebra la singularidad de cada uno de sus perros. «Barbie es todo lo que yo no soy. Ella es una perrita tranquila, apacible, cariñosa… Y yo, si tengo que estarme quieta más de diez minutos, me pongo nerviosa», confiesa, reafirmando que lo que más le cautiva de ellos es, precisamente, que sean «tan distintos».

La importancia de llamarse Barbie

«Cuando adopté a Barbie, ella ya tenía su nombre», explica Navarro. La presentación del animal a sus círculos provocó una «conmoción» inmediata, con amigos cuestionando: «¿Vas a tener una perrita que se llame Barbie? ¿Pero tú eres feminista?». Hay personas que quizás consideran que el determinismo nominativo -la hipótesis de que las personas tienden a gravitar hacia profesiones, trabajos o incluso ciudades que coinciden con sus nombres- también debe reincidir en los animales. La escritora, lejos de ceder a la presión, mantuvo el nombre y extrajo una valiosa lección: «Llegué a la conclusión de que los estereotipos existen en la mente de los demás, y que los prejuicios están en la mirada de quienes juzgan.

El problema no es el nombre en sí, sino lo que otros quieren atribuirle.« Para Navarro, Barbie es «simplemente un nombre, y además un nombre precioso que le va como anillo al dedo», comenta, mientras acaricia la cabeza de su perrita. Ella tiene una sección especial dentro del libro, donde, haciendo un paralelismo con ‘La importancia de llamarse Ernesto’, la autora recuerda sus momentos con Barbie y anticipa una vida nueva para la perrita. Y es que, alrededor de la obra se cuece la rotunda negación de que un animal sea una propiedad. Navarro defiende con convicción que un perro es «otra vida» que merece un respeto incondicional, una postura que la aleja de la clásica visión de la mascota como un objeto adquirido.

«No es una propiedad. Un perro o un gato tiene su propia identidad. A mí Barbie no me pertenece, Barbie me acompaña, y yo le agradezco que me acompañe,» declara la autora. Esta dinámica de compañerismo, y no de posesión, se extiende a todos los canes que han pasado por su hogar, desde Argos y Tifis hasta Curro, todos ellos «miembros más de la familia».

El problema está en la educación

«Un perro no te va a fallar nunca. No te va a abandonar, no va a dejar de acompañarte. Es, sin duda, el ser más leal que existe en el planeta. La lealtad de un perro no la tiene ningún ser humano, nadie». Para la autora, la experiencia de convivir con animales deja una huella indeleble en la personalidad, la manera de ver el mundo y la forma de relacionarse con la naturaleza. Más importante aún, refuerza un principio vital: «te da una perspectiva de que los seres vivos hay que respetarlos. Hay otros animales que tienen cualidades a veces mucho mejores que las de algunos hombres».

A pesar de la creciente sensibilidad social hacia el bienestar animal en España, el país ostenta un liderazgo deshonroso en Europa: la cifra de abandono de perros y gatos se dispara hasta alcanzar los 340.000 casos anuales. Para Julia Navarro, esta paradoja es una señal inequívoca del fracaso colectivo. «Creo que el grado de civilización de un país también se mide por cómo trata a los animales, y en ese sentido, España suspende,» sentencia la autora. La imagen de perros «abandonados, desconcertados» al borde de la carretera o de caballos maltratados bajo el sol le resulta intolerable, deseando que los responsables «experimentaran lo mismo».

Julia Navarro también cuenta dos anécdotas personales con sus perros Tifis y Barbie, en las que presenció a niños golpeando a los animales, mientras sus padres minimizaban o justificaban la conducta: «Les dije: ‘Oiga, por favor’, y me respondieron: ‘Ah, no, es un perro’,» recuerda sobre un incidente con Tifis. La respuesta de los adultos, que sugiere que golpear a un animal es trivial, indigna a la autora: «¿Cómo que es un perro? ¿Y eso qué significa?».

Para Navarro, el comportamiento de los menores es un reflejo directo de la carencia de principios que viene de casa. «No me sorprende que algunos niños adopten estos comportamientos si sus padres les enseñan que está bien o que ‘da lo mismo’ pegarle a un perro», afirma. En cuanto a la legislación sobre bienestar animal, la autora reconoce que la ley promulgada el año pasado, aunque mejorable, supuso un avance. Sin embargo, su eficacia es cuestionable: «La cuestión es: ¿se está aplicando realmente? Si se aplica y, aun así, crece el número de abandonos, ¿qué ocurre?».

Ante una legislación que considera «demasiado laxa» o que, simplemente, no se aplica, Navarro insiste en la única solución de raíz: la educación. Es imperativo, según la escritora, que desde la guardería se enseñe a los niños a respetar a los animales, a comprender que no son juguetes y que merecen consideración. «Yo no entiendo que alguien que ha estado acompañado por un perrito cinco, seis, siete años y de repente diga: ‘Ahora lo doy’. Si tú lo consideras un miembro más de tu familia, debes pensar en las decisiones con el perro».

La autora también se presenta con firmeza ante una de las prácticas más criticadas en la sociedad: la compra de mascotas como si fueran objetos de regalo. La escritora es categórica al defender que un perro no es un obsequio, sino un miembro de la familia. «Los perros no son juguetes, no son objetos para que nos regalen en Navidad», declara Navarro, señalando que la venta de animales aumenta en estas fechas porque los padres los adquieren como si compraran «una bicicleta», e insiste en que, si un perrito llega a un hogar, es con la finalidad de formar parte de la familia. Este vínculo incondicional es el valor fundamental que le han enseñado: «Te puede fallar todo el mundo. El que nunca te va a fallar es un perro. Nunca te va a abandonar. Siempre, siempre van a estar a tu lado».