Durante años, un conjunto de cajas arrinconadas primero en los despachos del Royal Literary Fund y más tarde en dependencias menos transitadas de la British Library permanecieron cerradas sin que nadie se detuviera a pensar que en su interior podían conservarse documentos capaces de alterar la comprensión íntima de la vida de autores que hoy se consideran pilares de la literatura contemporánea. Fue una labor de catalogación la que dio paso a un hallazgo que, según reveló en exclusiva ‘The Guardian’, expone listas de la compra, cartas privadas, notas médicas y solicitudes de ayuda económica que muestran hasta qué punto la obra de figuras como Dylan Thomas, James Joyce, Sylvia Plath o Doris Lessing se desarrolló en condiciones marcadas por la precariedad, el agotamiento, la inseguridad y una necesidad permanente de apoyo externo para sostener la continuidad de su trabajo creativo.

El caso de Dylan Thomas, cuyas huellas documentales ocupan buena parte del archivo, resulta especialmente revelador, porque entre los papeles aparece una factura de 1951 en la que se enumeran tabaco, un pastel tipo ‘swiss roll’, whiskey irlandés, Guinness y cacahuetes, un registro doméstico que correspondía a la dieta habitual de un poeta que, pese a la reputación que ya había adquirido, dependió de la ayuda del Royal Literary Fund desde 1938 hasta el final de su vida en 1953.

En una solicitud fechada en agosto de 1938, Thomas explicaba que llevaba cinco años intentando vivir de su escritura y que durante todo ese tiempo había atravesado una pobreza sostenida; afirmaba que había tenido «la fortuna de disponer siempre de la comida justa y de una habitación en la que trabajar y dormir», hasta que el embarazo de su esposa convirtió su situación en algo imposible. En el texto original escribía que «ahora mi esposa va a tener un bebé, y nuestra situación es desesperada». El Royal Literary Fund remitió su caso al Royal Bounty Fund, que respondió con dureza, cuestionando si un joven de 23 años, «incapaz de mantener por sí mismo su sustento», debía haber contraído matrimonio y ampliado su familia.

La fragilidad económica aparece igualmente en la solicitud que James Joyce presentó en 1915, en la que afirmaba que recibía «nada en concepto de derechos de autor», porque las ventas de sus libros estaban «por debajo de la cifra necesaria». En aquel momento, Joyce acababa de huir de Trieste, vivía en Zúrich y trabajaba ya en «Ulises», aunque aún no gozaba de reconocimiento ni estabilidad. Su caso contó con una carta de apoyo de Ezra Pound, quien aseguraba que Joyce había vivido durante diez años «en la oscuridad y en la pobreza», con el objetivo de perfeccionar su escritura sin ceder a exigencias comerciales.

Imagen principal - Arriba, Dylan Thomas, que dependió de la ayuda del Royal Literary Fund desde 1938 hasta el final de su vida en 1953. Debajo, James Joyce y Sylvia Plath, que también subsistieron gracias a las ayudas de la fundación.
Imagen secundaria 1 - Arriba, Dylan Thomas, que dependió de la ayuda del Royal Literary Fund desde 1938 hasta el final de su vida en 1953. Debajo, James Joyce y Sylvia Plath, que también subsistieron gracias a las ayudas de la fundación.
Imagen secundaria 2 - Arriba, Dylan Thomas, que dependió de la ayuda del Royal Literary Fund desde 1938 hasta el final de su vida en 1953. Debajo, James Joyce y Sylvia Plath, que también subsistieron gracias a las ayudas de la fundación.
Arriba, Dylan Thomas, que dependió de la ayuda del Royal Literary Fund desde 1938 hasta el final de su vida en 1953. Debajo, James Joyce y Sylvia Plath, que también subsistieron gracias a las ayudas de la fundación.

Pound, uno de los poetas y editores más influyentes del siglo XX, figura central del modernismo literario anglosajón y, al mismo tiempo, uno de los personajes más controvertidos de su época por su adhesión al fascismo italiano durante los años treinta y cuarenta, añadía que ‘Retrato del artista adolescente’ poseía «un valor indudable y permanencia», aunque consideraba que el manuscrito de ‘Ulises’ era «uneven», expresión que se podría traducir como «irregular».

Edward Kemp, actual director del Royal Literary Fund y antiguo responsable de la Royal Academy of Dramatic Art, declaró al periódico británico que, si se elaborara alguna vez un catálogo de obras cuya existencia dependió del fondo, dicho catálogo debería comenzar por ‘Ulises’.

El archivo también conserva una carta de Edith Nesbit, autora de ‘The Railway Children’, fechada en agosto de 1914, en la que la escritora explicaba que el impacto emocional de la muerte de su marido «me superó por completo», hasta el punto de que su mente no lograba producir «la poesía, las historias románticas y los cuentos de hadas con los que he ganado la mayor parte de mi sustento». La desesperación que transmiten estas líneas reafirma la fragilidad emocional y material que recorría la vida de autores que hoy se interpretan desde la distancia del prestigio consolidado.

La precariedad de James Joyce era evidente en 1915, pues no llegaba al número mínimo de ventas para recibir ingresos por derechos de autor

Otra de las piezas significativas es la nota manuscrita por el médico de Sylvia Plath para informar de su ingreso hospitalario para una apendicectomía, un documento incluido en una solicitud gestionada por Ted Hughes, marido de la autora e importante poeta británico. Aunque el documento no altera lo ya conocido sobre la biografía de Plath, incorpora un registro directo sobre las interrupciones físicas que comprometían la continuidad de su obra.

Igualmente reveladora es la carta enviada por Doris Lessing en 1955, en la que relataba que había llegado al Reino Unido en 1949 procedente de la entonces Rodesia del Sur con apenas veinte libras y que, tras publicar su primera novela al año siguiente, abandonó su empleo de secretaria para dedicarse exclusivamente a escribir, siempre «de manera muy precaria», según su propia expresión.

En ese mismo documento indicaba que le habían propuesto escribir guiones para televisión comercial, pero rechazaba esa vía porque «aunque podría ganar mucho dinero, no estaría haciendo un trabajo serio». La tensión entre la supervivencia económica y el compromiso literario aparece aquí con una claridad que resulta especialmente significativa porque procede de una autora que sería la única mujer británica en recibir un premio Nobel de Literatura.

Los escritores profesionales en el Reino Unido perciben actualmente ingresos medios de 7.000 libras anuales, según la Authors’ Licensing and Collecting Society

La documentación descubierta, cuya catalogación aún no ha concluido y sobre la que no se han publicado cifras definitivas, revela un patrón histórico que mantiene plena continuidad con el presente, puesto que, según la Authors’ Licensing and Collecting Society, los escritores profesionales en el Reino Unido perciben actualmente ingresos medios de 7.000 libras anuales, un dato que refuerza la advertencia de Kemp sobre la caída progresiva de los acuerdos editoriales para autores de ficción de gama media, que han disminuido «más y más y más y más y más», mientras los grandes anticipos se concentran en un número cada vez más reducido de nombres.

Así, estos archivos olvidados, compuestos por fragmentos de vida a veces diminutos pero decisivos, permiten reconstruir el reverso humano, y con frecuencia vulnerable, que acompañó a escritoras y escritores cuya obra forma hoy parte del canon, y muestran que la historia de la literatura, pese a tener sus raíces en la inspiración o en la genialidad individual, se sostiene a menudo sobre la precariedad, la incertidumbre y una lucha constante por sobrevivir mientras se intenta crear.