Sentados a escasos cinco metros de ‘Las Meninas’ en la Sala 12 del Prado, no resulta fácil concentrarse en una presentación de prensa y es inevitable que por el rabillo del ojo se nos escape alguna que otra mirada. Frente a nosotros, otro Velázquez … . En este caso, el majestuoso retrato de Isabel de Borbón a caballo, que acaba de pasar por las manos de María Álvarez Garcillán en el taller de restauración de la pinacoteca y ya cuelga espléndido en su sala de honor. Ha contado con el patrocinio de la Fundación Iberdrola España.
Forma parte de una serie de retratos ecuestres velazqueños: Felipe IV, el Príncipe Baltasar Carlos, Felipe III y Margarita de Austria. Todos ellos fueron encargados para decorar el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, lugar al que muy posiblemente regresen cuando acaben las obras de rehabilitación del proyecto de Norman Foster y Carlos Rubio. De los cinco retratos ecuestres, solo faltaba que Felipe IV pasase por ‘quirófano’. Ya se encuentra allí.
Isabel de Borbón (1602-1644), hija del Rey Enrique IV de Francia y de su segunda esposa, la italiana María de Médici, fue la primera esposa y consorte del Rey Felipe IV. Javier Portús, jefe de la colección de Pintura Barroca Española del Prado, recuerda que Isabel llegó a Madrid en 1615 para casarse con el Príncipe Felipe. Ambos, dice, eran reacios a dejarse retratar. El estado de conservación general del cuadro (301 por 314 centímetros), advierte, es «envidiable. No presenta erosiones, mutilaciones, intervenciones abusivas. En sus cuatro siglos de vida ha permanecido en un entorno acogedor: las Colecciones Reales, que han tratado ejemplarmente sus cuadros. Del Palacio del Buen Retiro pasó al Palacio Real y en 1819 al Museo del Prado en su inauguración».


Entre 1633 y 1635 a Velázquez se le acumuló el trabajo. Aparte de los cinco retratos ecuestres, tenía en manos ‘La rendición de Breda’ (conocido también como ‘Las Lanzas’), además de otros encargos para el Real Alcázar y la Torre de la Parada, el pabellón de caza. Por ello, el maestro se vio obligado a recurrir a colaboradores que le ayudaran. Uno de ellos fue Juan Bautista Martínez del Mazo, que se casaría con su hija Francisca. Según Portús, Velázquez se reservó pintar personalmente los dos retratos ecuestres más importantes: el de Felipe IV y el de Baltasar Carlos.
De los otros tres, el maestro se encargó de la invención de las composiciones y delegó la ejecución a sus colaboradores, siempre bajo su supervisión y tutelando sus trabajos. «Intervino en ellos corrigiendo, rectificando y vigilando todo el proceso», comenta Portús. Ve la mano de Martínez del Mazo en este cuadro. El paisaje, dice, es muy distinto de los paisajes que aparecen en los retratos de Felipe IV y Baltasar Carlos. Sin embargo, en el caballo del retrato de Isabel de Borbón sí se aprecia la mano de Velázquez. Gracias a las radiografías y las reflectografías infrarrojas, se advierten los arrepentimientos, sobre todo en la figura del caballo: la testuz y las patas. Lo más relevante es que pasó de ser negro a ser blanco. También varió la posición del animal.
Al ser llevado al Salón de Reinos, junto con el retrato de Felipe IV, con el que formaba pareja, se vio que no se adecuaban sus tamaños al espacio donde debían ser colgados. Así que fueron desplazados un metro. El propio Velázquez añadió hacia 1634-1635 en ambos lados de los retratos dos bandas laterales, de 30 centímetros cada una. Pero surgió un problema añadido: como la ampliación con las bandas invadía el hueco de las puertas laterales que daban acceso al Salón de Reinos, se recortó un fragmento en la esquina de ambos retratos y se pegaron a las puertas para que giraran. Con el tiempo, las bandas se decoloraron de forma distinta al resto de la pintura. Había una diferencia en la composición química de los pigmentos utilizados, por lo que los colores del cuadro y los de las bandas añadidas evolucionaron de formas distintas. Había, pues, que corregir esa discontinuidad cromática.

Recreaciones del testero de entrada (sureste) del Salón de Reinos después de la ampliación de los retratos de los reyes
María Álvarez Galcerán explica que el retrato de Isabel de Borbón a caballo es el eslabón de una cadena: una serie de retratos que son obras interrelacionadas y solidarias. Los cinco fueron concebidos para adornar los testeros del Salón de Reinos y representar con ellos la continuidad de la Monarquía y su dinastía. En el sureste, a ambos lados del trono, se hallaban los retratos de Felipe III y Margarita de Austria, padres del Rey. Enfrente, en orientación noroeste, los de Felipe IV, Isabel de Francia y, entre ellos, el del Príncipe Baltasar Carlos. El Salón de Reinos incluía otras pinturas: doce obras de la serie de ‘Batallas’ y diez lienzos de Zurbarán sobre los trabajos de Hércules. Los escudos de los 24 reinos de la Monarquía estaban pintados en la parte superior de los muros.
Hacia 1762 los cuadros se reentelaron para trasladarlos al Palacio Real. Recuperaron su forma original, pero se mantuvieron los añadidos. Y se cosieron los fragmentos adheridos a la puertas. Las costuras y los agujeros de los clavos son visibles en las radiografías.

A la izquierda, radiografía de la obra completa. A la derecha, detalle de la radiografía
En el retrato de Isabel de Borbón, María Álvarez Garcillán ha eliminado la suciedad y el barniz: una resina natural que, al oxidarse, amarillea y opaca la pintura. Con el amarillo, el azul se vuelve verde y el blanco se torna amarillo. La restauradora retiró repintes y estucos en mal estado que cubrían daños puntuales. Apenas había craquelados. Además, se injertaron los trozos de tela que faltaban. Bajo los repintes ha reaparecido el número de inventario en la superficie del cuadro, que permite saber su emplazamiento en el Salón de Reinos. En pararelo, se restauró también el marco.
Se decidió mantener las bandas laterales añadidas por el propio Velázquez. Se han usado pigmentos reversibles. Pero no se ha querido unificar del todo la superficie pictórica: «La idea no era falsificar, sino que se aprecien sutilmente los añadidos». «La reina ha recuperado el porte regio y la belleza serena y natural con que fue retratada –advierte la restauradora– y, con maestría única, el caballo vuelve a lucir sus calidades en un alarde de naturalismo que sólo un genio como Velázquez es capaz de recrear».