
He de reconocer que comparto con Rubén Amón una socialdemocracia sana, clásica y también actualizada, y un amor razonado y pasional por el arte de Cúchares, así que los dos nos hemos ganado el término de fachas escupido por un partido nada obrero y nada … español. Me asomé con simpatía a su libro ‘Morante, punto y aparte’, y lo cierto que me ha entusiasmado. Es un tratado muy bien escrito y mejor razonado sobre el genio de La Puebla.
Quizás el primer capítulo adolece de hipérboles, lo que es igualmente natural al detallar el arte de un matador hiperbólico en lo que hace y lo que calla. Amón, más ensayista que periodista, con un pensamiento crítico y afiladísimo, y unas lecturas numerosas y más que bien analizadas, escribe sobre el arte supremo, que es el del silencio. En efecto, Morante cuando calla grita la reivindicación de su disciplina en un tiempo en el que nos persiguen a profesionales y aficionados. Y habla Amón del silencio a modo de primer elemento de esta liturgia pagana, oficiada en este caso por un mortal divinizado a la gloria del público. Cierto que Morante es un torero épico, de los que hacen historia, que ha recogido el testigo del gigante José Tomás.
Y habla Amón de la depresión que Morante confesó padecer de siempre cual simple mortal. El hecho de confesarlo, bien lo explica Amón, no lo reduce, lo magnífica, y lo hace humano, algo que no parece ser el maestro en el ruedo. Morante, al hilo de Amón, es el primer torero de la historia que es artista y poderoso, que tiene el duende y manda en la inmensa mayoría de los toros. Y que decir de un Morante cuyo apoderado está alejado de los apellidos clásicos e incluso del mundanal ruido del mundo del toro clásico, que sin embargo es el representante que necesita el genio, que lo cuiden.
El tratado me ha entusiasmado, tanto que lo he recomendado por doquier. Aunque he de afear que Amón solo cita a Paco Ojeda a modo de tirabuzón, y eso que Ojeda ha sido otro torero por y para la historia.
Lean el libro y disfruten.

