Por la prensa norteamericana, y por Pace y Sprüth Magers, dos de las galerías que se han ocupado de su trabajo, nos enteramos de la muerte por insuficiencia cardiaca, en La Jolla, y a los 95 años de edad, de Robert Irwin. Natural de Long Beach, y formado en diversas escuelas de arte californianas, inició su carrera de pintor durante la década del cincuenta (parte de la cual vivió en Europa, Ibiza incluida), y en clave expresionista abstracta. Tras una primera individual en 1957, con Felix Landau, a partir del año siguiente se ocupó de su obra la legendaria Ferus Gallery, fundada por el pop Kienholz, y Walter Hopps. Salas ambas fundamentales para la emergencia de un cierto Los Ángeles ‘cool’, muy revisitado hoy, y en cuya vertiente figurativa brillaría Ed Ruscha.

Durante los sesenta, Irwin se radicalizó considerablemente, acercándose al cinetismo y al minimal, con sus monocromos, sus cuadros de líneas o sus relieves, o sus piezas de neón, gas con muchos adeptos en la escena de su país. En 1967 participó en ‘The Responsive Eye’, la seminal colectiva cinética del MoMA neoyorquino. Abandonando los soportes tradicionales, trabajó luego en la naturaleza, o en espacios públicos como los museos de San Diego e Indianapolis, el J. Paul Getty Center de Los Ángeles (para el que proyectó un jardín), el LACMA también en Los Ángeles, o la Cinati Foundation de Marfa.

Figura central del movimiento Art and Space, influyó en Mary Corse (acaba de clausurarse en la sede londinense de Pace una muestra conjunta de ella y de Irwin), Keith Sonnier, James Turrell o Doug Wheeler. Más recientemente, lo han reivindicado Chris Burden, Vija Celmins u Olafur Eliasson. Todos ellos lo admiran como alguien capaz de transmitir, con sus instalaciones (y con sus escritos y conferencias), serenidad, concentración, fe en las posibilidades de un arte en íntima comunión con la naturaleza.

Fue importante para la fortuna crítica de Irwin la biografía que en 1982 le dedicó Lawrence Weschler, y que editó la California University Press. Weschler, uno de los grandes narradores de la escena norteamericana, magistral en sus retratos y en sus ‘quests’, supo explicar lo único del caso Irwin, al que a lo largo de los años siguientes dedicaría numerosos ensayos, y un libro de conversaciones. Hace unos días, nos comentaba, de paso por Madrid, que hace unos meses había visitado al artista, y que, pese a su avanzada edad, estaba en forma, e ideando nuevos proyectos.

Entre las retrospectivas de Irwin, la que en 1993 tuvo lugar en el MoCA de Los Ángeles, viajó luego a Colonia, París, y Madrid, en el Reina Sofía, donde en su catálogo escribieron Weschler y Enrique Juncosa. En 2016 su obra temprana fue revisitada por el Hirschorn de Washington. Recordar además su única y deslumbrante individual aquí, celebrada en 2011 en Elvira González.