
“El dealer, la bailarina y alguien que pasaba por ahí” es la primera novela del periodista Nicolás Eisler, quien eligió para su debut en la narrativa un policial negro contado a tres voces, que tiene como escenario los personajes y los lugares más emblemáticos de la década menemista.
Las historias entrecruzadas de Renán, Kristina y Alfredo cuentan mucho de sí mismos, pero también de la época en la que se divierten, hacen negocios y luchan por salvar sus vidas en travesías que los llevan por los livings de estrellas de televisión, el mayor jugador de todos los tiempos y una serie de personajes emblemáticos de los noventa.
“Palo y pala. Palermo Hollywood y la 1-11-14. Bratvá y narcos peruanos. Corralito y jet set noventoso. Éxtasis y porro. Un thriller alla argento, con dosis de hilarante humor y realismo un poco sucio. Vivir afuera de Fogwill y Chau, papá de Juan Damonte, sus padres putativos. También, pseudoensayo sociológico y cartografía bolichera de la Capital Federal en los 2000 y flahsbacks a los noventa: desde Niceto hasta New York City, sin olvidar El Cielo, Coyote y algún antro del Once en donde se festeja cada tiro como un gol de Teófilo Cubillas. Ruido blanco”, describe en la contratapa Nicolás Recoaro.
Eisler (1979) nació en Buenos Aires. Es politólogo (UBA), periodista (San Andrés-Clarín) y cubre política porteña en Tiempo Argentino desde 2010 y en La Política Online desde 2017. Se formó en el taller de escritura de Ariel Idez y “El dealer, la bailarina y alguien que pasaba” por ahí es su primera novela.
Sobre la obra narrativa que publicó Larría Ediciones y la época en la que eligió localizar la historia conversó el autor con Télam.
-Nicolás, ¿qué le aporta tu oficio de periodista a la novela?
-Trabajo en gráfica desde hace casi 15 años y todos los días escribo. No diría que la política argentina es literatura, pero el laburo me dio una manera y un método para contar distintas cosas. Me ayuda a ver curiosidades o gestos que suceden a un costado del escenario en un acto político o en una sesión de la Legislatura, cuestiones que no son centrales en una noticia pero que ayudan a hacerla más amena, a ablandarla un poco.
-¿Por qué elegiste los 90 como escenario?
-Mi adolescencia transcurrió en esa décda y es una época muy presente en mi cabeza. Creo que ese tiempo dejó muy alta la vara de lo grotesco en la Argentina. Fueron momentos de fiestas, excesos y decadencia que vistos un poco de lejos pueden ser atractivos para recordarlos. Farándula hubo siempre pero con el menemismo se comió al resto de la sociedad. Además, creo que es un territorio que no está demasiado explorado y eso también juega a favor. Ayuda la impunidad que da la ficción, en la medida en que puedo construir hechos a partir de rumores y habladurías que fui escuchando a lo largo de mi vida.
-¿Cómo trabajaste el ritmo vertiginoso que no decae?
-Por ser mi primera novela me pareció casi una obligación tener atrapado al lector desde las primeras páginas. Mi ilusión era que el que agarrara el libro no pudiera dejarlo hasta conocer el final, tal vez por eso tiene un estilo bastante directo que va encadenando acciones sin parar.

-¿Quién es Renán, ese personaje solitario y nerd que se ve envuelto en una aventura extraordinaria? ¿Una especie de antihéroe?
-Renán es un pibe equis, símil oficinista, que de un día para el otro queda envuelto en una trama policial. Tiene que tratar de reconstruir una noche de farra de la que no recuerda mucho y se juega la vida en eso. Creo que Renán puede ser cualquiera que haya tratado de “meterse” en la noche sin demasiada suerte, hasta que algo le sucede. Es un experimento: alguien bastante inocente y naif que de repente tiene acceso a un mundo de famosos, plata y joda al que muy pocos pueden asomarse.
-¿Es “El dealer…” desde el título mismo una enumeración por personajes arquetípicos de los 90?
-Creo que sí, sobre todo el dealer. No digo que haya sido uno más de la mesa familiar, pero en esa época era uno de los capos del boliche. Uno de los más buscados. Tal vez la estrella era el disc jockey, pero el dealer andaba ahí, codo a codo con el RRPP. Los ’80 y los ’90 son un momento fuerte de expansión de la cocaína en América Latina y los boliches son un poco el epicentro de esa movida. Creo que más allá de toda la demonización, hay un aspecto digamos “cultural” de la droga que está bastante inexplorado.
– ¿Inscribirías tu “nouvelle” dentro del realismo sucio, en el policial negro?
-Creo que sería un policial negro sobre todo con Kristina, una de las protagonistas, en el lugar del detective clásico. Tal vez es una Philip Marlowe del subdesarrollo. Ella es la que trata de desenmarañar la misteriosa noche de Renán, aunque para ella no sea tan misteriosa.
– Además de una época tu novela cuenta un lugar, es una travesía por Buenos Aires desde Recoleta a Once o el barrio 1-11-14, ¿cómo documentaste aquella ciudad de los 90?
-Tuve que hacer bastante trabajo de archivo y busqué hablar con algunos protagonistas. Eso fue una parte. La otra tuvo que ver con reconstruir y ficcionalizar anécdotas que andaban dando vueltas por ahí. Los ’90 son los boliches de Costanera, Recoleta y Los Arcos en Palermo, pero también tienen un costado mucho menos glamoroso y más enrevesado. En los ’90 en muchas zonas del área metropolitana se duplicó y triplicó la cantidad de habitantes de barrios populares. Traté de que esa parte también estuviera presente en el libro, aunque más no sea de un modo caricaturesco.
– ¿Es Alfredo Gutiérrez Luro Pueyrredón -un patricio venido a menos que se transforma en dealer, amigo de famosos- el símbolo de los 90?
-Creo que sí. El 1 a 1 fue especialmente feroz con la industria y con el campo. Hay miles de historias de familias conchetas que se fueron al tacho entre la hiper y los primeros ’90. Alfredo es uno que repite ese parámetro. Niño bien de familia patricia que de repente se queda sin nada y hace lo que haga falta para retomar y mantener su viejo nivel de vida.