Si algo ha quedado claro estos años, con tantos libros como se han publicado, es que Julio Camba (1884-1962) fue mucho más que un buen articulista: fue (es) casi un idioma. En esa manera tan particularísima de mirar la vida –entre la ironía y el cinismo– se escondía un diccionario propio. Con la ‘a’, aburrimiento: «Un periodista no puede aburrirse nunca, ni aun en el Congreso. Si él se aburre, ¿cómo va luego a entretener a los españoles?». Con la ‘i’, inteligencia: «Intelectual quiere decir hombre que trabaja con la inteligencia, y ¿qué escritor trabaja con la inteligencia en España?». Lo sorprendente es que hayan tardado tanto en hacer un diccionario Camba.

«Era un magnífico comentarista, tenía una curiosidad infinita por cualquier cosa. Era un gran lector del mundo», afirma Javier Jiménez, editor de Fórcola y autor de ‘El mundo según Camba’, una suerte de diccionario literario y sentimental del periodista. «Es una deconstrucción de su literatura periodística. Ha sido como hacer un retrato cubista de Camba. Vemos sus obsesiones, sus miedos, lo que le hace gracia, lo que detesta… Por ejemplo su percepción de la política». Habla Camba. Con la ‘c’, Congreso: «En España tenemos un Parlamento y, si algún diputado lo ha utilizado, bien sabe el país que no ha sido en beneficio suyo». Con la ‘e’, enchufe…

Imagen - 'El mundo según Camba'
  • Autor
    Julio Camba
  • Edición
    Javier Jiménez
  • Editorial
    Fórcola, 2025
  • Número de páginas
    364
  • Precio
    26,50 euros

Puede que Jiménez sea hoy quien más sabe de Camba. Para hacer este volumen, ha leído –o releído– las más de 5.000 páginas que suman las distintas ediciones, compilaciones y antologías publicadas. El resultado son 270 entradas, construidas a partir de fragmentos de aquí y de allá. Son textos en los que predomina la vertiente irónica: «No era del chiste fácil, era muy inteligente e interpelaba a la inteligencia del lector». Así fue desde luego en sus años mejores, los 20 y los 30, aunque siguió publicando artículos y refritos hasta el final de sus días: «Después de la Guerra Civil, el cinismo sí pudo más con él: por la depresión que tuvo, por su enfermedad…».

Camba es, junto a Pla y Chaves Nogales, uno de los grandes periodistas de la historia patria. Desde hace años, más de una década, un buen número de editoriales se han dedicado a ir recuperando sus libros olvidados; todos ellos antologías de artículos: ‘Ni fuh ni fah’, ‘Aventuras de una peseta’, ‘Sobre casi todo’… Durante algunos años ejerció como corresponsal (en Londres, en Berlín…), pero incluso en estos casos fue un articulista. Escribía piezas cortas (las columnas de hoy), alcanzó una enorme popularidad y llegó a ser el periodista mejor pagado de su tiempo. Trabajó para varios periódicos, pero su casa fue ABC.

«He adquirido la facultad de convertir todas las cosas en artículos de periódicos», decía. «El articulista no puede gozar de nada, porque todo, en su organismo, se vuelve literatura, así como esos enfermos que no gozan de ninguna comida porque todas ellas se les convierten en azúcar». Camba era un lector insaciable de periódicos, incluidos los extranjeros, y destilaba su visión de la vida en un folio. «Casi todos los artículos fueron largamente meditados y reflexionados», diría de él Pla. «Después, escribirlos fue relativamente fácil, porque ya los llevaba escritos en su proceso mental. Si Camba hubiera tenido que hacer algo al margen de sus artículos no habría podido escribir ni uno, por falta de tiempo para pensarlos. Para Camba, la vida no fue más que una organización para escribir artículos».

‘El mundo según Camba’ tiene la virtud de poner al lector en los ojos del periodista. «Camba se delata y descubrimos su personalidad», explica Javier Jiménez. Le interesaban la ciencia, el arte, el cine, el teatro, los medios de transporte… Con la ‘t’, teatro: «Para ver la crueldad española no es necesario ir a los toros. Basta y sobra con asistir a un estreno en la capital de España». Con la ‘a’, aviación: «Los vuelos actuales, más que un triunfo de la aviación, son un triunfo de los aviadores». Con la ‘m’, museo: «Instintivamente, cuando yo entro en un museo, me descubro y me pongo a andar de puntillas y ya no respiro a mis anchas hasta que salgo a la calle».

El campo y la naturaleza no le interesaban; la ciudad moderna, sí. Pero no todas. Sobre Nueva York le salieron un par de libros estupendos (‘La ciudad automática’ y ‘Un año en el otro mundo’), mientras que a Madrid le encontraba toda clase de inconvenientes: «Tiene uno el hacinamiento, el aire enrarecido, la circulación defectuosa, los banquetes políticos, artísticos o literarios, los cuellos almidonados, etc. Y, a cambio de estos inconvenientes, no disfruta de un solo beneficio». Le obsesionaban temas como el turismo o los caracteres extranjeros. Esos alemanes que parecían nacer «con el casco adherido a la cabeza», esos ingleses que no servían «más que para hacer de ingleses».

Gallego como era, le espantaba todo lo que tuviera que ver con el regionalismo, y con el nacionalismo en general. «Una nación se hace lo mismo que cualquier otra cosa. Es cuestión de quince años y de un millón de pesetas. Con un millón de pesetas yo me comprometo a hacer rápidamente una nación en el mismo Getafe, a dos pasos de Madrid». Del acento catalán –que no del catalán–, escribió que, de tan pronunciado, «por sí solo llega a constituir casi un idioma».

Leído tantos años después, Camba sigue sonando fresco. «Las ideas suelen adquirir con el tiempo aspectos desconcertantes», advirtió. Leer a Camba es encontrar un giro ingenioso para casi todo.