Igual que en el pasado hicieron sus predecesores Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, el Papa Francisco ha mantenido encuentros con grandes artistas contemporáneos bajo los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Pero este domingo ha dado un paso más y ha salido del Vaticano para encontrarles en su propio ambiente, en la Bienal de Venecia.

El Pontífice ha comenzado un profundo diálogo con artistas en el Pabellón del Vaticano de la Bienal, durante el que ha comparado el arte con las «ciudades refugio» citadas en la Biblia, «entidades que desobedecen el régimen de violencia y discriminación para crear formas de pertenencia humana capaces de reconocer, incluir, proteger, abrazar a todos, empezando por los últimos».

Ha explicado que el objetivo de estos lugares instituidos con el antiquísimo código deuteronómico es «evitar el derramamiento de sangre inocente y moderar el ciego deseo de venganza, garantizar la protección de los derechos humanos y buscar formas de reconciliación».

Ciudades santuario

«Sería importante que las diversas prácticas artísticas se establecieran en todas partes como una especie de red de ciudades santuario, trabajando juntas para librar al mundo de las antinomias vacías y sin sentido que pretenden imponerse en el racismo, la xenofobia, la desigualdad, el desequilibrio ecológico y la aporofobia, este terrible neologismo que significa ‘fobia a los pobres’», les ha propuesto.

Como «detrás de estas antinomias está siempre el rechazo del otro», les ha implorado que imaginen «ciudades que aún no existen en los mapas», «ciudades en las que ningún ser humano es considerado un extraño». Calcando el lema de la Bienal, titulada «Sentirse extranjeros en todas partes», ha propuesto «sentirse hermanos en todas partes».

Le escuchaban algunos de los artistas que están exponiendo sus creaciones en el pabellón vaticano, como el director de cine Marco Perego, la libanesa Simone Fattal o la brasileña Sonia Gomes, cuyas esculturas colgantes estaban en la misma sala desde la que hablaba el Papa y obligan al visitante a mirar hacia arriba. Estas formas fascinantes de vivos colores evocan capullos de gusanos de seda que un día se liberarán en forma de mariposas; pero están hechas con retazos de ropa de amas de casa, prostitutas y empleadas.

Educar la mirada

Mirándolas, el Papa ha subrayado la capacidad del arte de «educar la mirada» para que no sea «ni posesiva o que transforme todo en objetos, pero tampoco indiferente o superficial». El adjetivo que ha buscado es «contemplativa».

«Los artistas están llamados a ir más allá. Hoy más que nunca es urgente que sepan distinguir arte y mercado. Por supuesto, el mercado promueve y canoniza al artista, pero existe el riesgo de que ‘vampirice’ la creatividad, robe la inocencia e instruya fríamente sobre lo que hay que hacer», les ha alertado.

Sin embargo, Francisco sí se ha permitido sugerir una temática artística. Aprovechando que estaban en la cárcel de mujeres de la Giudecca, ha destacado que «hay una alegría y un sufrimiento que se unen en lo femenino de forma única que debemos escuchar, porque tienen algo importante que enseñarnos». Curiosamente ha citado a artistas con difíciles relaciones con la Iglesia como Frida Khalo o la exmonja Corita Kent. También a la escultora de arañas gigantes Louise Bourgeois. «Espero de todo corazón que el arte contemporáneo pueda abrirnos los ojos, ayudándonos a valorar adecuadamente la contribución de las mujeres, como coprotagonistas de la aventura humana», ha añadido.

Provocación

Después les ha despedido con una provocación, una frase del Evangelio, «¿Qué es lo que fuisteis a ver? Guardemos esta pregunta en nuestro corazón. Nos empuja hacia el futuro», les ha despedido.

Junto a Francisco estaba también el cardenal José Tolentino de Mendonça, autor de poesías y obras de teatro de cierto éxito en Portugal. Como prefecto del dicasterio para la Educación y la Cultura, está detrás de la participación del Vaticano en la Bienal. En su saludo al Papa, ha reconocido que «en la historia de la relación de la Iglesia con las artes también ha habido ambigüedades y duras tensiones, provocadas por la dificultad de la Iglesia para comprender y aceptar la autonomía del arte, que justamente no acepta actuar como mera caja de resonancia de las palabras de otros».

«No hemos buscado para este pabellón a los artistas más cómodos. No queríamos construir una trinchera ni aislarnos en nuestra propia visión. Al contrario, la invitación es a que cada uno vea con sus propios ojos», ha asegurado.

‘Con mis propios ojos’

El Papa Francisco ha podido ver en Venecia algunas de las propuestas de este pabellón titulado ‘Con mis propios ojos’ y que ya por su propia localización en una cárcel de mujeres donde cumplen condena 82 reclusas, es un mensaje. Los visitantes deben aparcar sus teléfonos móviles en la entrada, lo que facilita que contemplen las obras con calma. Las prisioneras han colaborado con los artistas, y cada día guían por sus salas a cien visitantes y explican personalmente la exposición.

Impacta en el exterior un mural gigante de Maurizio Cattelan titulado ‘Father’ (‘Padre’), que muestra los pies gastados de una persona que se ve obligada a caminar descalza. Una de las primeras obras con las que se cruzan los visitantes es del colectivo ‘Claire Fontaine‘. Se trata de un ojo aspado, similar al símbolo que avisa en redes sociales sobre imágenes desagradables. Titulado ‘Sensitive content‘, evoca el rechazo a mirar a las personas que cumplen condena.

Dentro, en un pasillo, la libanesa Simone Fattal ha grabado en placas de lava esmaltada poesías sobre la libertad escritas por las presas, pero las obras están hechas de modo que sea difícil leerlas, igual que es difícil escuchar la voz de sus autoras. También la francesa Claire Tabouret propone un mosaico hecho de rostros inocentes de niñas y niños, para luego informarnos de que son fotos de las prisioneras, de sus madres y sus hijos.

Lo cierto es que Francisco, si no con intención artística, sí provocadora, ha evitado subirse en góndola durante su visita de cinco horas a la ciudad de los canales y ha obligado a volver la mirada hacia este lugar insólito de Venecia, para que todos puedan verlo «con los propios ojos».